7.6.12

Nacho García Márquez

…un buen día, la humanidad en su totalidad se cansó de las quimeras mortales de sus antepasados. En un paroxismo de iconoclasia jactanciosa, reventaron las calles con vándalos legitimados que les dieron nuevas caras a toda estatuilla, escultura, monumento o elemento de falso culto que hallaron en el Viejo Mundo. Una visita al Vaticano es ahora inmersión en un carnaval de pétreos Batmanes, piratas, bufones, cyborgs, desnudistas retro & funestas bestias fluor. No quedaba en los hombres rastro alguno del otrora popularizado terror al furioso diluvio de represalia mítica.

2.6.12

Un fragmento del mas allá


“Prrrr, prrrr, déjame ver tus abdominales.” Era uno de los endemoniados periquitos gay. “¿Tienes calor? ¡Quítate la camisa, vamos! ¡Prrrrrrrr!”
“Quítate” lo espanté con una mano. Oh, de veras que hacía calor en el comedor. Tembloroso, me quité mi camisa y me aflojé el cinturón de los pantalones. Debía excusarme al instante y buscar un lugar más ventilado. Me levanté de la silla y con la cara ardiendo me hice hasta el balcón.
¡Oh, carajo, sí! ¡Oh maldita sea qué alivio, que frescura me envolvía! Agradecido, bailé unos compases de hip hop con las ráfagas de viento nocturno, que traían arrastrando hojas caídas de los setos, y del bosque más allá! La luna cubría la mayor parte del cielo. Uno de los tres botones, Ed Jazzman, me llamó por el nombre de “Vergabuena” y me alargó una fuente de comida recubierta por una campana de cristal. Debajo de la campana de cristal había un modesto mantelillo de hilo bordado, y arriba del mantelillo un platito de porcelana. En el platito, una nota. Levanté la campana y tomé la nota. Ponía:

ME HAS DEJADO INTRIGADA HASTA EL ÉXTASIS, SEBÁSTIAN VERGABUENA. TE DESEO EN MIS APOSENTOS A LA MEDIANOCHE.
Annica Illuminati

“Disculpa joven, ¿cómo es tu nombre?”
“Ed. Ed Jazzman.”
“Dime Ed, ¿en qué cuarto se aloja la señorita Illuminati?”
“308, señor.”
“Gracias, chaval. Ten.” Le di un penique que hallé en mi bolsillo. Ed se lo guardó y a cambio me ofreció un preservativo marca Pedorrini. Yo lo acepté gustoso, y Ed se retiró, mordiendo mi penique para comprobar su legitimidad.
Ahora bien, si la posición de las estrellas no me mentía, eran las 23:53. Debía verme apetecible y debía acudir a la habitación 308 en el tercer piso. Tuve una gran idea, y la puse en práctica al instante. Con voz chillona dije:
“Oh ¡válgame! ¡Pero si se me ha caído el jabón!”
Al instante una bandada de pericos homosexuales me rodearon.
“¿Cómo me veo?” yo estaba en pantalones blancos de vestir y tirantes, que se sostenían de mis hombros. Estaba cubierto de sudor masculino, y mis cabellos, alborotados, bailaban con el viento. Los Pepitos Periquitos declararon de formas bastante vulgares que yo estaba listo para EL ACTO.