2.4.11

Hipólito Yrigoyen: las Dos Torres

Repasemos la evidencia, se dijo Hipólito Yrigoyen, sentado sobre dos litros de helado de pesto y albóndigas. Tenemos una virginidad robada y una señora que se llama Tita que sabe más de lo que dice.
Justo cuando Hipólito se levantó de su escritorio en blanco y negro para darle una visita a la intrigante extranjera, sonó el Nokia, connecting people. Era un viejo amigo de la academia de pelucía llamado Fabián Pianola. Lo invitó a tomar la leche. Esperá que le pregunto a mi mamá.
- Mamááá! ¿Puedo ir a tomar la leche a lo de Fabián?
Dice que sos un degenerado. Ya salgo para allá.

- Hola Fabián.
- Hola Amanda. Pasá.
- No me llamo Amanda.
- Perdón, estoy resfriado.
Fabián nunca fue el mismo depues de trabajar en la pelucía estatal, donde habia pasado 20 años requisando pelucas a los personajes más bizarros. Ahora se dedicaba a acosar viejas por dinero. Su aspecto era el más patético por lejos: chancletas de sudafricano, camiseta empapada de lo que parecía ser escabeche, un tatuaje que representaba un ganso copulando con un cono de tránsito bajo la leyenda "que no se repita lo del '87" y un estrafalario collar de ópalos.
- Asdffggsasdf.
- Sfsdfgas.
- No es cierto, nunca toqué a esos deliciosos niños.
- Tengo hambre?
- Eso no es una pregunta che.
Zas! Una baldosa se suelta del techo y aterriza sobre nuestro Hipólito, quien balbuceó alguna pelotudez acerca de la Virgen María y se desvaneció.

Lo despertó una extraña canción en un idioma extraño, símil a un travesti arañando un pizarrón.
- Es suficiente, Tropicaño. Puedes retirarte. - El travesti hizo una reverencia majestuosa (ocasionando un desplazamiento tetoidal), y se retiró, ahora con una teta en la espalda, y llevandose el pizarrón consigo.
- ¿Donde estoy? ¿Qué es el amor? ¿A qué hora comemos?
- Me temo que sólo puedo responder dos de esas preguntas, mi amigo. - la misma voz que había desechado al travesti habló de nuevo. Nuestro Hipólito abrió los ojos, y vio a un señor muy gordo sentado tras un escritorio en una oficina muy grande y lujosa.
- ¡Gómulo Obá!
- Nos encontramos nuevamente, Yrigoyen. Creí que te había destruído en la Isla Pomodora hace todos esos años.
- Ah, pero no contaste con que yo guardaba una paleta de ping pong bajo la manga.
- Ya veo... un error que no volveré a cometer, sin buda.
- Querrá decir sin duda.
- No. Entiendo que buscamos la misma cosa. La Flor de Mina.
- Hum, no, yo busco la virginidad de la señorita Dunst.
- Exacto. Ella fue desflorada. Le robaron su flor. O mejor dicho MI flor.
 Hipólito pestañeó repetidamente. El parquet de caoba le devolvía su reflejo confundido. La luz de una claraboya hacía reflejos de ensueño sobre las columnas de mármol egipcio.
- Che Shrek, escoltá al señor Yrigoyen a los calabozos.
De entre las sombras surgió un hombresote con dejos de orco a quien Hipólito recordaba vagamente de algún lado.


Sábado

El gran Hipólito había resistido una noche sentado en un colchón húmedo, no pudiendo urdir más que ideas flojas para su libro, cuanto menos extrañas, por ejemplo: "una milanesa de soja me observa desde el rincón", o "montábamos con alegría un cefalópodo hermoso y terrible. soy Batman.".
Golpes y tortellazos estallaron, de repente, del otro lado de la puerta que muy antigua era. Por debajo de la misma se deslizaron las llaves de la celda. Cuando Hipólito salió a la despensa sucia, se encontró cara a cara con el camionero ogroidal. Por un momento se miraron, y luego alguien patió al hombre hacia dentro de la celda, y la cerró con llave. Ese alguien era la talentosa señorita Kirsten Dunst. En su mano, una medialuna.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

HE'S BACK! y mejor que nunca snif

Nacho dijo...

Si tan solo eso fuera cierto... estuve sentado sobre este post mucho tiempo. Hace mínimo un año y pico que está terminado. Y sólo volví para compartir estas cosas, quién sabe cuándo siga la cosa... lo siento amigos. En el post de recap dije dónde vierto mi genialidad últimamente. Si tienen hambre de Nacho, ahí pueden ver en qué devino mi vida. Si no, púdranse.

Anónimo dijo...

Bueno