1.9.09

TÓRDIDA DESVENTURAS DEL DESDICHADO ARLONZO

Bien, veo que este blog está medio desierto, así que, a falta de algo mejor, un pequeño estracto de uno de mis libros para que despejen sus mentecillas lividinosas (??¿)



Extracto de

"CAPÍTULO IV

QUE TRATA DEL ENCUENTRO CON EL OBOBE TACITURNO Y LA ESCARAMUZA DE PELÉ"


Atrás había quedado la taberna, varias leguas detrás. Hacía horas transitaban parsimoniosamente por un camino colorido al ruidoso remoloneo que generaba la oscilación del maltrecho Carruaje. El dulce sol vespertino atravesaba apenas el espeso follaje y generaba una atmósfera por demás de apacible. Arlonzo dormitaba en brazos de Grezga, y Fergovia controlaba el vehículo. Nada parecía irregular o insidioso por aquellos lares; nada excepto aquella torrecilla muy venida a menos que se asomaba tímidamente por allí, por aquel recodo del camino. Era una construcción no muy grande, pero que parecía haber tenido mejores épocas; épocas en las que, tal vez, hubiera cumplido una función primordial en la épica Batalla de las Tetucias, pues por dichos reinos habíase sucedido dicha escaramuza en tiempos de antaño.

En fin, allí, aún imponente se mostraba, desafiante.

Se acercó, pues, la intrépida comitiva al lugar y descabalgaron del carruaje, que fue puesto contra un vestigio de pared que por allí se erguía. Fergovia por delante, llamaron a la puerta de la peculiar edificación. Dentro nada se dejaba oír. Volvieron a llamar y ninguna respuesta obtuvieron. En vista de ello, el sargento dictaminó que lo más oportuno sería esperar a que volviera el dueño del lugar. Aun Grezga dudando del buen juicio de su sargento, obedeció y se apostó bajo la sombra del tupido follaje de un joven Gerucio y tomó consigo al pequeño Arlonzo, tal vez por temor a un desquicie.

Pronto estaba Febo a escapar por detrás de un cerro truncado cuando, de impróvito, un personaje de lo más extraño tomó al trío, que en ese momento disfrutaba de una siesta pederasta, por sorpresa. Era un sujeto alto en demasía -por lo menos para la estirpe de los hombres- y su aspecto era de un árbol viejo, muy viejo, pero no lo era. Era, sin embargo, una criatura que acusaba ser única, pues nada había en el mundo que se le pareciese; uno hubiera dicho que había sido concebido al azar, de modo que sus manos y pies algunos tenían tres y otros cinco dedos, y sus extremidades eran nudosas y antiguas. Su cara, grave y surcada por un sinfín de arrugas, parecía contener la experiencia de miles de vidas y eras. Y por si fuera poco, sendos ropajes cubrían su delgado y nudoso cuerpo y un sombrero en punta coronaba su accidentada cabeza, lo que dejaba bastante fuera de la visión de los viajeros.

En fin, antes que Fergovia pudiera echar mano al hacha de viaje que llevaba consigo, y antes que Grezga hubiera alcanzado a limpiar sus labios con la raída manga de su veterana camisa, el Obobe actuó.

-Bienaventurados sois, caballeros de la Peltre Escudera- entonó lentamente y como invitando a uno a dormitar en bellos arapos de seda nortinflesa.

-¿Quién sois vos, señor, que osas entrometerte en nuestro descanso de manera tan promiscua?- contestó el fuerte de Fergovia.

-Decidme vuestro nombre y objeto, y podré otorgaros mi identidad, mi dulce hombre.

-Mi buen señor, somos tan sólo tres prófugos de tierras de las que nadie sabe, mas allá del Erraje de Morso. Fuimos injustamente perseguidos y ahora vagamos sin rumbo alguno, en busca de un futuro mejor. Mi nombre, pues, es Fergovia, Sargento al mando. Mi colegionario y amigo se dice llamar Grezga, hombre de buena fe. Y el pequeño crío lleva por nombre Arlonzo, desdichado cachorro que hemos salvado de las garras de un monstruo de otra época.

-Habláis bien, Fergovia, puedo ver que en la verdad te amparas, mas yo no tengo nombre alguno, pues no soy ni de aquí ni de allá; tampoco de añí. Pero muchos me llaman “El Obobe”, o más jovialmente “El Obobe Taciturno”. Podéis llamarme así si lo deseas, pero vamos, metámonos a la casa que pronto la gélida noche nos castigará con su rebenque.

-Entremos entonces, mi buen Obobe.

Entraron todos al pequeño torreón que administraba aquella extraña criatura. No era inhóspito como sus mentes lo imaginaban, por el contrario; era un lugar muy acogedor, con un hogar que siempre ardía y una mesa que siempre invitaba a uno a sentarse.

-Poneos cómodos mientras os agracio con un baile de Sirmellón- se apresuró el Obobe.

Se sentaron los tres aventureros en un antiguo sillón más duro que las rocas de La Montaña y esperaron, tiesos, atemorizados ante lo que un “Baile de Sirmellón” pudiera significar. No tuvieron que esperar para adivinarlo; el Obobe ya se subía en ese momento sobre una tarima que alguna vez hubiera funcionado como cadalso. Pronto comenzó a rociar el lugar con un líquido caliente que provenía de una suerte de regadera de mano. El vaho inundó el lugar. Era de dulce sabor y cálido aroma, y mientras el Obobe se meneaba de aquí hacia allá en posturas cada vez más sugestivas e irreverentes, nuestros amigos caían en un sueño más y más profundo, lleno de pelelas bizarras y demás elementos que no vienen a cuento. Y entonces, en el último atisbo de lucidez, consciente Fergovia de que perdía ya el conocimiento, intentó alcanzar el pestillo de una ventana romboidal que cerca se encontraba, mas no lo consiguió ya que una mano antigua y húmeda aprisionó su brazo y cruelmente lo retuvo lejos de la salvación.

“Salve Purple Haze. Salve ¡Oh! Purple Haze...”

Fueron las exactas palabras que el sargento pudo oír al tiempo que despertaba dentro de una pequeña jaula.

1 comentarios:

Nacho dijo...

jujausdjasd, quiero saber como sigue. Larga vida.