12.2.09

El desfase en Iperbora

Pergo, quien varios días atrás escapa de Carlbabia y su Ñelfazgo al servicio de la Corte, ahora ve una luz al final de la escalera. En algún punto difícil de identificar, sin embargo, Pergo empieza a subir en lugar de bajar, como si las leyes del arriba y el abajo hubieran quedado atrás. O tal vez de tanto bajar, ahora subo, piensa Pergo.
La luz se acerca. Cuando se está a apenas unas pocas axilas de distancia, se adivina que la luz es la salida a una selva, y los primeros aromas a pasto húmedo, a suelo y corteza invaden a Pergo.
Los maranjos están en flor, y esto extraña a Pergo, porque esto sucede con cada doble equinoccio, y según sus cálculos todavía faltan 567 noches para el próximo.
En todas las direcciones hay árboles antiguos y robustos, cuyas ramas y cuyas raíces se entrelazan entre ellas, dibujando nudos y patrones. Además, como nota Pergo con tranquilidad, los árboles toman forma de figuras humanas, algunos en posiciones indecorosas, otros mostrando su anatomía con descaro. Uno se está fumando un pucho. Pergo camina un largo rato por una senda de tierra joven, sobre la cual los árboles no parecen estar interesados en crecer.

El Segundo Hombre en Armas del Mardigrás, Cletus, está sentado sobre una piedra en forma de muñón, y todo a su alrededor una vegetación como nunca había vístose en Carlbabia exhubera jubilosa. Más allá el Mardigrás discute entre susurros con un torfo. Están en el Cráter de Tuctú.

Un tiempo después, llega Pergo a un pantano de aparente incruzabilidad. El lodo lechoso está vetado por los colores más insólitos: franjas de magenta, índigo, vezga, cadmio, lima, ñiervo y cadeda surcan los bucles de la superficie.
Duda por primera vez, pues un pánfilo en segundas nupcias una vez maldijo a toda su familia a morir a manos del color cadeda; su mamparabuelo Mánganus pereció bajo una losa color cadeda que cayó del cielo, su tizabuela fue atacada brutalmente por la Linchada de Charrúa Voleybol, un equipo deportivo cuya bandera era color cadeda; sin ir más lejos, su enfermana Mongo feneció envenenada por unas heces de gú color cadeda que encontró en el bosque y que ingestó sin darle muchas vueltas al asunto (no por nada se llamaba Mongo). Por todo esto y más, Pergo duda cuál es su próximo paso, por lo que se sienta en un taburete. Y escucha.

3 comentarios:

Hermana de SDU-7 dijo...

Bueno, me pediste que critique, así que aquí estoy (la verdad, hoy no estoy inspirada, pero algo voy a poner por poco que sea): este capítulo me causó algo más de risa. A diferencia de los otros 4 anteriores, tiene un humor similar a relatos como la saga de Edenia y otros que ya no me acuerdo. Como sea, seguiré esperando el final, aunque siempre me olvide de lo que pasó anteriormente (malditos Pells por malacostumbrarme).
Bueno, ya no se me ocurre qué más decir. Ante alguna duda, consulte, Señor Nacho.

Nacho dijo...

Repito, no lo escribi para que diera gracia. Es un cuento, y lo gracioso es un extra.

Hermana de SDU-7 dijo...

Ya sé ¬¬. Pero pediste una crítica y te la dí, no me lo repitas.