30.1.09

TÓRDIDA DESVENTURAS DEL DESDICHADO ARLONZO

ATENCIÓN

Se que es un post bastante largo, pero vale cada palabra :D

jaja

Segundo capítulo de las TÓRDIDA DESVENTURAS DEL DESDICHADO ARLONZO

Para los que no recuerden, acá está el primer capítulo.


CAPÍTULO II

 

DE CÓMO ARLONZO PUDO ABANDONAR EL HOGAR Y FUE LANZADO AL INÓSPITO MUNDO

 

 

 

 

Diez años habían pasado ya desde la última vez que Arlonzo había visto a su progenitor. Diez años de la más pura miseria. Diez años de maltratos, libertinaje, insultos, frivolidades y desdichas por doquier. Arlonzo era ahora un tierno muchacho de escasa estatura, pelo amarronado y sucio, ropaje tristísimo, y un andar tan patético que hacía a uno mirar hacia otro lado. Pero no es en su penosa apariencia que la gente reparaba, no. Sino en su desdichada trayectoria. Desde pequeño la gente lo había visto atormentado por sus siete hermanos. Su madre, que no se quedaba atrás, abofeteaba al niño cada vez que este se atrevía a mirar el cielo. Y cosas como estas se repetían cada vez que la familia iba de paseo al pueblo.

Así fue que un día un vecino de muy buen parecer (movido por la tristeza que sentía hacia el pequeño) se paró delante de la familia (que había salido a pasear) y desafió públicamente a la madre a un duelo. Ésta, ni corta ni perezosa, otorgó al hombre un derechazo tal que, de haberse tratado éste de un viejo canoso, hubiera perdido inexorablemente la razón y, muy probablemente, fallecido al instante. Pero, siendo el muchacho un joven de buena compostura, pudo absorber gran cantidad del golpe sin mayores complicaciones. Aun así, se vio obligado a retirarse al verse amenazado por los siete hijos de la señora, los cuales se acariciaban peligrosamente los nudillos. Arlonzo, sin embargo, permanecía encogido en el medio, regalando lástima y pena al pueblo allí presente. Luego de aquello, los transeúntes se dispersaron rápidamente por temor a ser reprendidos y Arlonzo volvió con su cruel familia a la casa, varios golpes de por medio por parte de su madre, que no había quedado satisfecha luego de golpear al vecino.

Los días pasaron y la gente del pueblo comenzó a organizarse en pos de la liberación del pobre niño. Los años de maltrato hacia la pobre criatura habían de acabar de una buena vez.

Surgervo se llamaba el jefe de la Guardia Local y quien lideraba el grupo guerrillero que se inmiscuiría esa misma noche en la casa de los Zigorzo para dar el golpe. Él mismo fue quien propuso la idea y alentó a los vecinos a unirse a la cruzada. Así fue que a eso de las ocho y media de la tarde, bajo el agobiante calor que oprimía el ambiente, el grupo comando subió la colina y se preparó para entrar en acción. La oscuridad era casi palpante.

-Señor, creo que veo algo- susurró el Cabo Grezga, hombre de poca monta.

-No sea incoherente Grezga, que todo está fríamente calculado- retrucó el Capitán Surgervo.

Pero, la realidad no coincidió con la sentencia del Capitán, y un puño de quién sabe dónde, voló en dirección a Grezga, impactó en su parietal izquierdo y lo dejó fuera de combate.

Al instante, y al grito de “Zervos Húngaros”, Zulma y la horda de los siete hijos, asaltó la compañía del azorado Capitán Surgervo. La escaramuza no prometía durar demasiado; los defensores de la casa estaban desbaratando el grupo comando con una presteza única. Mas no todo estaba perdido, pues, en medio de la bataola, el Sargento Fergovia, hombre orgulloso y entregado enteramente a la causa, se arrojó al aire. Dios quiso que en ese preciso lugar hubiera una ventana y Fergovia aterrizó dentro de la casa. Apenas podía él vislumbrar una tetera, una mesa y un par de sillas. Pero poco a poco, logró internarse en la casa, dejando atrás los fulgores de la batalla. Recorrió varios pasillos en busca de Arlonzo, pero sólo encontraba patatas, toronjas y demás legumbres esparcidas por el suelo. Desesperado ya, gritó como nunca.

-¡Arlonzo! ¡Arlonzo! ¡¿Dónde te encuentras?!

-Aquí estoy, aquí estoy…- dejaba oírse una penosa voz.

La voz provenía de una rendija en el suelo. Al parecer, un sótano se expandía por debajo de la construcción y allí, la pobre criatura, pasaba las noches. El Sargento finalmente había encontrado al pequeño, pero, como “todo lo ganado es robado”, el grito que había lanzado para dar con Arlonzo había también alertado a Zulma, quien, al momento, habíales ordenado a sus hijos la retirada a la casa, para la búsqueda del intruso. Fergovia, que había escuchado las indicaciones de Zulma por una ventana, se apresuró a recoger unas llaves que encontró sobre una tulula. Acto seguido, buscó a tientas una pequeña puerta que pudiera llevar al nivel inferior de la casa o, al menos, ocultarlo de la turba violenta que en cualquier momento vendría a su captura. La encontró. Rezó entonces que las llaves que había recogido fueran las que abría la portezuela. Todavía no me explico yo la fortuna de este muchacho, pues, habiendo tenido que escoger entre siete llaves distintas, dio con la correcta en el primer intento y logró penetrar la pequeña abertura. Luego de ello, cerró con la misma llave del lado de adentro y se encerró allí, cautivo, amotinado como quien dice.

Una suerte fue que lograra cerrarla desde adentro pues, apenas habíase acurrucado, cuando la potente y nada femenina voz de Zulma se dejaba oír dentro de la casa. Lanzaba órdenes a los siete hijos al mismo tiempo e incluso maldecía a los cuatro cielos entre juramento y juramento. Pero, luego de un momento, cuando todo pareció haberse calmado, la portezuela tras la cual Fergovia se escondía, sufrió un golpe tan potente que estuvo a punto de reducirse a un puñado de astillas. El pobre hombre asomó un ojo por el cerrojo. Del otro lado, Zulma tomaba carrera para impactar nuevamente contra la abertura y derribarla de una vez. El cautivo Sargento, entonces, se dio vuelta y se encontró con una escalera muy irregular y empinada en demasía. Comenzó a bajarla torpemente. Era muy extensa y no se vislumbraba un final aparente. El sudor corría por su cuerpo. El pánico lo carcomía poco a poco; ni bien la puerta sucumbiera ante el hombro de Zulma, una horda de jóvenes sedientos de venganza le daría caza sin descanso. Los minutos pasaron y finalmente Zulma venció. Fergovia se arrojó entonces al vació a fin de no ser vislumbrado, y lo consiguió, ya que la señora vio solamente oscuridad pero, a la vez, el hombre cayó unos cinco metros y, al aterrizar sobre un pajal en la total negrura, se dobló el tobillo izquierdo, el de palo. En ese momento, por instinto más que por astucia, sacó su encendedor de bolsillo marca “Rérgolo” y accionó la perilla. La luz de una pequeña llama le otorgó una reducida visión. Pudo así descubrir que se encontraba en una suerte de establo subterráneo y que, como todo establo, alojaba a varios caballos de raza dudosa. Lo peculiar de esto era que, estos animales, al vivir apartados de la luz solar, habían desarrollado un pelaje blanquecino y unos ojos más negros que el odio, lo que los convertía en bestias que se asemejaban a fantasmas equinos. En fin, Zulma advirtió la pequeña luz que despedía la llama de nuestro heroico personaje y lanzó una injuria. El pobre Sargento, aterrorizado ante tal alarido, no pudo hacer otra cosa que comenzar a correr a ciegas (siempre cojeando a causa de su dobladura de tobillo) para intentar salvar su pellejo. Avanzaba a tientas por pasadizos húmedos. La oscuridad estaba en todos las direcciones y frustraba al hombre que, mientras intentaba encontrar una salida, (pues ya de Arlonzo habíase olvidado) Zulma y sus siete hijos iban en su búsqueda. Ellos, por supuesto, sabían los corredores de memoria y no tardarían en encontrar a Fergovia. Sin embargo, en ese momento el Sargento se topó con un cartel. Éste tenía escrito con letras grandes y señoriosas: “Merluza”. Aún desorientado ante tal evento, nuestro héroe tomó dicho camino pues ya no tenía esperanza alguna. De tal manera corrió el dado entonces que, al final del pasadizo, una habitación redonda albergaba una pequeña jaula. En el medio ésta se situaba, bajo una luz endeble que se filtraba penosamente por entre los pequeños barrotes de una abertura en el techo. Allí, apelotonado contra un rincón, Arlonzo se refugiaba. El Sargento se apresuró en ir hasta él. El pequeño señaló entonces el candado que lo aprisionaba dentro de la jaula. Luego apuntó con su penoso dedo a un garrote que reposaba en una esquina de la habitación. Nuestro hombre comprendió de inmediato la indirecta y destruyó el candado a garrotazos. Acto seguido, liberó al pequeño, quien le devolvió una mirada triste pero reconfortante a la vez. Se miraron unos momentos, y en esto estaban cuando escucharon los amenazadores pasos de la tropa de los siete hijos, que venía a por ellos. Rápidamente, el Sargento tomó una vara de groso porte y la colocó de forma tal que pudo cruzar la puerta por la que había entrado, de manera que los dejó a ambos, a él y a Arlonzo, aprisionados en la lúgubre habitación. Pero, tal suerte corrieron, que la puerta se abría hacia afuera, por lo que la vara que intentaba atorar la abertura se mostraba, en todo sentido, inútil. Así fue que Zulma y sus siete degenerados lograron penetrar en el improvisado refugio del prófugo Fergovia y el pequeño muchacho. En ese momento, nuestro héroe se sentía desfallecer. No podía creer que fuera a perecer en manos de tales seres. Sin embargo se mostraba orgulloso e imponente; casi había logrado cumplir con el objetivo, y eso lo llenaba de dicha y gloria. En fin, a punto estaba Zulma de asestar el golpe fatal al abatido Fergovia cuando, ante todo pronóstico, Surgervo cayó del cielo (literalmente, pues había caído luego de arrancar la escotilla por la que se filtraba la luz) y se interpuso entre los refugiados y los feroces enemigos. Se arrojó a estos últimos y en acto heroico grito nombres de vanagloriados generales, hombres ilustres y un sinfín de versos sacados de quién sabe que poesía épica. Comenzó a batallar con la gorda señora, mientras apremiaba al Sargento a que huyera con el muchacho por la soga.

-¡Pero señor, aquí no hay ninguna soga!- fueron las desesperadas palabras de este último.

-Calma muchacho- le respondió Surgervo con lo último que le quedaba de aliento; un momento antes de ser abatido completamente.

En ese preciso instante, una soga cayó del hueco en el cielorraso. Una cara familiar y risueña guiñaba un ojo desde las alturas. Esta persona era el mediocre cabo Grezga que, al menos una vez en su vida, quiso hacer algo en nombre de la patria. En fin, subieron Fergovia y Arlonzo por la soga. Una vez que hubieron estado a salvo junto al cabo, arrojaron la soga al vacío. Cayó ésta junto con Zulma y sus siete engendros que ya subían para atrapar a los aterrorizados soldados y al desdichado niño. Velozmente entonces corrió el trío por la casa y finalmente escapó. Desde el hoyo en el suelo que habían dejado atrás, todavía podían oírse maldiciones, injurias y juramentos. Pero, felizmente, Arlonzo había ya escapado a la buena vida.

 

 

La noche casi había acabado y la luna, temerosa, se ocultaba lo mejor que podía para dar paso al sol naciente, que siempre procuraba aparecer por el este.

El trío había recorrido para ese entonces varias leguas y ahora se preparaba para hacer un alto a la vera del camino y comer algunos víveres que tomaron consigo la noche anterior.

-Tengo mucha hambre, señor…- exclamó el pequeño Arlonzo, temeroso a una reprimenda. Seguramente estaría acostumbrado el pobre muchacho a recibir una golpiza cada vez que osara pedir algo, ya sea de forma directa como indirecta.

-Tu hambre será saciada prontamente, jovenzuelo- le respondió el bueno de Fergovia.

-Sargento…entiendo bien que quiera alimentar al pequeño –se inmiscuyó Grezga-, pero apenas si pude tomar dos patatas rancias y un pedazo de jabón endurecido… no podríamos satisfacer ni la barriga de un cuís.

-Comprendo enteramente lo que te apena, hijo mío. Ahora, ya que lo has mencionado, ve a buscar algo que comer, mientras yo monto guardia en este improvisado campamento –ordenó el Sargento.

-Pero…

-Sin peros. ¡Cumpla con lo que se le ordena Grezga, y déjese de joder, mierda!

-Sí, señor. Pido disculpas por mi comportamiento. Actué como un verdadero pelele.

-Así es. Ahora vaya.

-Sí señor.

 

Y así fue Grezga en busca del alimento. Mientras tanto, Arlonzo se disponía a dormitar hundido en un montón de mantas sucias y malolientes provistas por el sargento, quien, a su vez, se recostaba sobre el tronco de un árbol y recorría el lugar con la vista, temeroso ante cualquier imprevisto. Sin embargo, el lugar era muy poco transitado pues dicho camino conducía a ciertos lugares olvidados ya por la gente de bien.

Siete horas habían pasado desde que febo asomara por el horizonte. Siete horas habían pasado desde que el cabo Grezga hubiera ido en busca de víveres. Y siete horas habían pasado desde que el muchacho hubiérase puesto a dormir entre las mantas. El calor del mediodía azotaba ahora las colinas y oprimía los corazones de los débiles y los mendigamo. Fergovia, por su parte, descansaba la vista. Había montado guardia por tanto tiempo sin que nada sucediese que habíase artado ya. Pero, quiso la mala fortuna que en ese mismo momento una mosca zumbara cerca de su oído derecho, lo cual es, ante todo, molesto. Dio entonces el pobre hombre un manotazo ciego. Como era de esperar, golpeó su propia cabeza y, para peor, no mató al insecto volador, que escapó burlándose del patidifuso Fergovia. En fin, estaba él despotricando contra la miseria en el mundo, cuando Grezga regresó. El Sargento, más hambriento que un Fersú, recorrió al Cabo de arriba abajo, con ojos lujuriosos. Sin embargo, no halló reparo en su subordinado, pues este, tras haber pasado más de siete horas vagando, no había traído consigo ni tan siquiera un puñado de Alcalá (fruta tropical de origen cetáceo muy común por esos lares). Preguntole entonces el sargento que cuál era la razón para tan tamaño disgusto y respondiole éste que sí había intentado conseguir alimento, mas le fue imposible, pues fue interceptado por un grupo guerrillero que se hacía llamar “La Vivi”, que se componía íntegramente por mujeres más feas que un pie. Relató entonces cómo fue que lo amordazaron y lo maniataron sin el menor cuidado y luego lo ataron a un poste, cerca de un arroyuelo (que más tarde lo conocerían como “El Angosto Pergorto”). En vista del disgusto que había traído Grezga, no hubo más remedio que despertar al muchacho y ponerse en marcha. Así fue que prontamente retomaron el camino.

 

 

 

Tenían caminando varias horas ya. Los árboles que se arremolinaban siguiendo el sendero y, más profundo aun, comenzaban a escasear y daban paso a unas colinas pardas con varias granjas desperdigabas por ahí. Más lejos todavía, los árboles volvían a cerrarse describiendo unos bosques tan espesos que hacían divagar a uno con los oscuros secretos que aquellos lugares esconderían.

Continuó la comitiva su huída. Rápidamente abandonaron la senda y se acercaban a la primera de las granjas. Arlonzo fue el primero que notó que algo no cuadraba en el lugar. La escena era tan bizarra como espléndida.

-Señor, -preguntó el pequeño al bueno de Fergovia- ¿cómo es posible que aquella cabra repose sobre el tejado?

-Buena pregunta, mi pichicuí –respondió este y luego se dirigió a un campesino que estaba parado en la hierba, intentando persuadir a la cabra para que bajase de las alturas- Disculpe, buen hombre, pero por todos los cielos ¿qué es exactamente lo que está haciendo?

-Oh, Gran señor –comunicó el anciano-, mi señora se ha subido al techo por enésima vez y no he podido bajarla. He pasado toda la mañana intentándolo pero no entra en razón. Verá… esto ha pasado en anteriores ocasiones… pero anoche fue distinto, discutimos ferozmente y me temo que Normita se subió otra vez al tejado. Le ruego me ayude, le pagaré con monedas de oro y una cena digna de un mandatario irlandés.

Creo yo que las monedas poco importaron al sargento en ese momento, pues tenía tanta hambre que solamente la palabra “cena” hubiera sido suficiente para obligar al hombre a batirse a duelo con un Duende la Rocomorsa, feroces como pocos. Miró entonces a su alrededor. Pidió al viejo un pedazo de carne tierna y una manzana. El anciano, presuroso y a la vez desconcertado, le trajo lo pedido y Fergovia comenzó a trepar con el bife en una mano y la fruta en el bolsillo. Una vez arriba, y a escondidas de los demás, devoró el trozo de carne como si fuera su última cena. Mientras lo hacía, Norma, la cabra, lo miraba desde la otra punta del techo de la casa. El hombre parecía completamente fuera de sí, degustando el alimento. Se limpiaba la boca con las mangas y gesticulaba de placer. Y luego, una vez que hubo terminado de ingerir el bife, sacó la manzana con la que atraería a la cabra. La miró unos momentos y, no pudiéndose contener, le dio un mordiscón. Su cara reflejaba una felicidad pocas veces vistes en este hombre; babeaba como un niño pequeño y mantenía la mirada perdida en mares de placer. Así continuó hasta que, unos segundos más tarde, recuperó la compostura y atrajo a Norma con la manzana comida. El pobre animal se acercó y, al momento en que estiraba el cuello para morder la fruta, Fergovia la apartó con un rápido movimiento de su brazo. La cabra, enfurecida, cargó contra el hombre, quien, falto de todo apoyo, se desbalanceó y comenzó a caer inexorablemente. Pero un segundo antes de ello, el héroe, ni corto ni perezoso, atrapó a Norma por una de sus patas posteriores. Juntos cayeron entonces sobre un fardo de paja predispuesto por el pequeño Arlonzo y el cabo Grezga minutos antes. Una vez que el hombre se hubo recompuesto, el dueño de la granja preguntó qué había sido de los víveres que le había suministrado. El sargento explicó cómo la manzana se la había llevado un ave (aunque no quiso entrar en lujo de detalles) y juró que el bife se lo había comido Norma. No muy convencido por la explicación pero feliz de tener a su mujer de vuelta, el anciano los hizo pasar a la casa.

Dentro no era muy grande, pero tampoco esperaban algo magnífico ni mucho menos. Cuatro paredes (mohosas) con tres pequeñas ventanas, el techo renegrido, el suelo sucio, una mesa que ciertamente había visto tiempos mejores, un par de sillas que apenas se mantenían en pie y un par de petarates más que no merecen mención en esta historia.

-Pasad, mis señores –les dijo entonces el anciano, a la vez que hacía un ademán con el brazo abarcando la habitación.

Pasó, pues, la comitiva y acomodose en el lugar. Fergovia se recostó sobre un rincón (no confiaba en la precaria estabilidad que evidenciaban las sillas) y allí permaneció callado; Grezga, por su parte, optó por quedarse de pie junto a la puerta mientras maquinaba un hipotético plan de escape en caso de que las cosas llegaran a complicarse más de lo debido; Arlonzo, sin embargo, prefirió la suave compañía de un montón de paja que estaba bajo una de las ventanas.

-Haced el favor de esperar aquí, mis buenos caballeros, mientras este gentil servidor prepara un delicioso manjar digno de reyes –exclamó el dueño de la casa mientras hacía gestos con las manos para magnificar la declaración.

Se fue luego por una puerta en el otro lado de la habitación. Puerta que, hasta ese momento, había pasado desapercibida para los viajeros.

 Los minutos se hicieron largos en la dulce espera del viejo. El desganado cabo hacía grandes esfuerzos por mantenerse de pie y a la vez lúcido. Fergovia, por otra parte, habiendo degustado secretamente una chuleta, podía dormitar en paz. Y Arlonzo, siendo una criatura inocente, era mucho más vulnerable a la cruda realidad, y por esto se quejaba con balbuceos varios y los ojos entrecerrados. En esta triste situación se encontraban todos a la vez que Norma caminaba de aquí para allá amenazadoramente. En una de sus vueltas cruzó unas miradas con el cabo y casi lo debilita; el pobre hombre sudó y tembló hasta que la cabra continuó con su parsimonioso andar. En fin, la hubieran pasado mal los compañeros de no haber sido por la oportuna aparición del añejo hombre que traía la cena. Como lo había prometido, bandejas repletas de un sinfín de variedades de animales y conchas traía consigo.

-Aquí os traigo el regalo prometido, mis señores- exclamó el viejo y extendió una lustrosa bandeja similar a una bacinica llena de lo anteriormente mencionado.

Los tres viajantes no podían creer lo que veían y se abalanzaron, literalmente, a por el botín. Pero, tal fue su fortuna, que en el afán de hacerse con la mayor cantidad de comestibles posible, atropellaron al anciano y lo derribaron. Tieso quedó el pobre sobre el suelo, con la nariz rota, una pierna entumecida y más muerto que una rodocrosita. Ante este evento, Norma dejó la guardia y cargó contra los tres. Apenas pudo Fergovia esquivar de manera fehaciente la embestida y llevar consigo a Arlonzo; Grezga, por el contrario, recibió un duro golpe en el muslo izquierdo y quedó aparentemente fuera de combate, replegado a un rincón, cerca del cuerpo del hombre al que habían aniquilado de manera humillante. Volvió a tomar carrera Norma y amenazó a los dos que restaban, rascando el suelo polvoriento con su pata delantera. Intentó embestirlos violentamente una vez más, pero sin éxito pues, el sargento con el niño en sus brazos, saltó arriba de la mesa. Acto seguido tomó al irrevocablemente fuera de sí Grezga y corrió a la puerta por la que el anciano hace minutos hubiera traído su última cena. La abrió de un tirón y se escabulló por el pasadizo. Norma, a todo esto, se encontraba en la dura tarea de desencajar sus cuernos, los cuales se encontraban firmemente atrapados en una Teripla de acero luego de haberla embestido con la furia de un semidiós de apellido bolsachón (embestida que, de haber dado en el blanco, hubiera acabado nuestra historia al instante). En fin, a duras penas pudieron los aventureros escapar de aquel salvaje lugar.

 

 

8 comentarios:

Ramireo dijo...

Sí, lo sé. Falta alguna que otra tilde y hay un tiempo de verbo erróneo al principio; en vez de ES tendría que ir ERA.
Pero bue, si me pongo a editar se me modifica el tamaño de todo el texto y queda re desproporcionado... vaya uno a saber por qué.

Adiós.


ramireo.com.ar =D

Nacho dijo...

Por el amor de Dios, seguis inamovible en tu absurda cruzada para poner formato en Blogger.

Word no es Blogger. No seas rata y arreglá ò_ó

Nacho tirano out.

Pendor dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pendor dijo...

*(borré el comentario anterior porque soy un pelotudo)

Hola, me llamo Juan Pablo y cuando estoy aburrido me gusta molestar a la gente.

"Inóspito"?

Listo.

vueno shauuu bezozzzzz effeeame gor XFDXDXDXDDDD!!!!1

muakzzzz

Guillote dijo...

Me cago en tus posts largos. Creo que mi internet actual suspiró cuando cargó este post.

Ramireo dijo...

No se caguen en el post, pobrecitoooo :(

Anónimo dijo...

lo leeria, pero no lei la parte uno. y las dos juntas son demasiaaaaado

Nacho dijo...

Es más voluntad que la que se puede pedir. Gracias por todo el apoyo, y el cariño y el amor, ustedes los lectores nos mantienen vivos.

JUJAujaujaUAJ no.